EL ATOLLADERO

El corrido comenzaba más o menos así:
"El gallero no era malo
lo hicieron las sircunstancias
por eso pido permiso
a estas sencillas instancias
pa´cantarles de corrido
la ocasión de las vagancias".
-No compadre, no me gusta, ése no es el corrido que yo quiero. -Había dicho él cuando se lo cantó por primera vez.
-Así empiezan los corridos compa, luego, ¿porqué no le gusta?
-No lo entiendo. - Contestaría aquél lacónico.
-¿Cómo que no lo entiende? ¡Si está clarísimo!
-¿Usted cree que yo soy un vago, compadre? -Habría sido la preguta mientras lo observaba de reojo.
-No. Yo lo conozco compadre.
-Pues diga la verdad entonces -añadiría seco.
-La verdad a voy a decir luego, esto es sólo la introducción para despertar curiosidad ¿me entiende?
-No, no lo entiendo, ¿qué tal si le da por seguir despertando más curiosidad? Nadie va a saber que se trata de Gregorio Malduzano.
-No, no, compa, así se inician todos los corridos.
-¿Comienzan cantando mentiritas?
-No, no son mentiras compadre...
-Ah, ¿entonces yo soy un vago?
-No compa, no me malentienda, uso esas palabras porque se oyen bien, nomás.
-¿Y no se oirán mejor si dicen lo que es cierto?
-Bueno, bueno, le voy a cambiar al principio; ahí le va lo que sigue...
-No compadre, no se ofenda, pero yo no quiero oir un corrido mío que diga que soy un vago. -Serían las palabras que dieran fin al primer intento de corrido.
La segunda vez, las primeras cuatro líneas lograron una sonrisa de aprobación por parte de Gregorio quién las escuchó como ido; iban como sigue:
"Señoras y señoritas, poblado de Atolladero
pongan muy fino el oído
que aquí les traigo el corrido
de Gregorio Malduzano y su vida de gallero".
-¿Y qué sigue de ahí, compa, qué sigue?, preguntó sin ocultar su entusiasmo.
-Pues ahí voy nomás compa, quería ver si le gustaba, para seguirle, ¿qué le pareció?, ¿le gusta?
-¡Mucho compadre! ¡Échese lo que sigue!
-Sí compa, lo demás es fácil, ya verá.
-¿Pa´cuándo me lo tendrá compadre?, no es que lo quiera urgir, pero ya lo necesito compadre, y así como va me gusta.
-Pues hoy en la noche se lo tengo compadre. ¡Cómo no!
La despedida breve salpicada con tequila, puso en camino al compadre, quién ya iba resgueando la guitarra, mientras canturreaba:
"No era gallero al principio
ni cuando joven tampoco
se fue haciendo poco a poco
un palenquero de oficio".
-¡Malduzano gallero! No hombre, no me haga reír, ni los arlequines conoce - había dicho alguien en la pulquería.
-Es un corrido pa´después. -Se concretó a expresar Gregorio, muy serio, al enterarse del comentario.
Cuando estuvo terminado, y a cabal gusto de Malduzano, se puso en un sobre y se llevó al correo, remitente y destinatario eran el mismo.
-Gregorio Malduzano ya no vive aquí, se fue con los galleros.-Contestaba la anciana si alguna vez alguien llegaba al jacalón a inquirir por él.
Su prima Consuelo siempre se reía de la respuesta de la vieja.
"No eran gallos ni palquenques
lo que en su mente se hallaba
sino un corrido que andaba
cantando siempre entre dientes"
La suerte aquí como en todas partes, jugaba a los volados con los propios galleros que caían haciendo de cara o cruz.
Malduzano debe haber preguntado a Desiderio el viejo, cómo era ganando y perdiendo casi en proporcione iguales, aún seguían jugando y seguramente, él le habría contestado "hay una parte que no se recuepera núnca y, esa parte es la que mantiene al jugador en el ruedo", porque él, esto no lo sabía antes y ahora sí.
El aprendizaje fue duro. El dinero que traía cuando se juntó con los galleros, apenas le sirvió para hacerse un lugar en el campo de los cumplidores. De feria en feria, fue disminuyendo el monto, hasta quedarle únicamente la habilidad del buen gallero, de ella dependería.
Seleccionar, alimentar, entrenar y sacarle la casta al gallo, se volvió para él un juego de niños. Si la de malas lo ponía frente a un gallo quedado, espoleado por el reto, lo llegaba a hacer campeón, o al menos lucidor en los mejores palenques. Los que al principio se reían de él, fueron bajando el tono y algunos de ellos hasta llegaron a respetarlo.
"Era tal su habilidad
de sacar todo de nada
que hasta un ave desplumada
llenaba de dignidad".
"Ay señores qué tristeza
es el destino del hombre
qeu por dar lustre a su nombre
vuelve lo calmo en fiereza".
"En los gallos no es distinto
pues igual gallo que dueño
comparten el mismo sueño
de inteligencia e instinto".
La voluntad de cumplir con el compromiso hubiera sido igual, de no haber sido por una hilera de contrariedades y derrotas que lo llevaron a dudar de la validez de su desición.
"Cuándo el hambre y la derrota
se trenzan tan de a seguido
se olvida lo perseguido
y el temor se hace mascota".
"Ay compa, como me duelen los años, a penas se puede creer, por poco me iba a rajar. Saludos. Gregorio Malduzano", decía el recado que Consuelo leía al músico, quién en manos temblorosas acariciaba la empolvada guitarra.
Como si la fotruna hubiera cambiado a Gregorio Malduzano, no se le jugaban contras con éxito, cambió de estrategia y le empezó a pagar lo que le debía, de ahí pa´arriba se empezó a formar su nombre.
"No había palenque en el valle
o escondido por la sierra
que no cubrieran con tierra
sus propias aves de engalle".
"No parecían espolones
ni navajas amarradas
las corrientes endiabladas
que enlutaban galerones".
Gregorio era un buen apostador; pero también apostaba "a todo o a nada"; una de esas veces, ganó todo, y contra su costumbre de respetar al contrincante, en esa ocasión hizo gala de burla y se ufanó de su triunfo.
"Decidido lo tenía
desde tiempos anteriores
dejar de rendir honores
a aquél que por él venía".
"Porque la muerte en el gallo
es cosa que se ventila
el otro con voz tranquila
mandó por su giro el rayo".
"Ay las tardes del domingo
ay la sangre en las arenas
cómo se juntan las penas
sin hacer ningún distingo".
"El ave de Don Gregorio
le ganó al rayo maldito
en el momento que un grito
presagiaba su velorio".
"Fueron dos los que murieron
comentó luego la gente
porque los dos en la frente
rojo pañuelos tiñeron".
-Gregorio Malduzano no aprendió a disparar en el palenque, él ya sabía.-Diría alguien al destacar la rapidez con que había respondido a la agresión.
La noticia llegó al pueblo poco después. El viejo que tenía días inquieto, sacó el sobre que recién le había entregado la seño Consuelo, lo abrió, acomodó la hoja con líneas marcadas por el tiempo, contra la botella sobre una rejilla que le servía de buró, jaló la guitarra y empezó a cantar. Su voz cansada se oía firme. Un arado de lágrimas surcaba el polvo de la madera.
"Señoras y señores del pueblo del Atolladero (...) ".

Por. Francisco Alberto Hernandez Villalobos. QEPD

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