EL SUEÑO AMERICANO

En el cielo los brazos del sol ardían como nunca, el calor era tan intenso que derretía los sueños de los hombres fronterizos. El desierto alzaba su pestañas y sus senos de arena cubrían todo en derredor de Juan, su boca estaba seca, su piel quemada por las lenguas violentas del astro galáctico. Hacia apenas una semana había dejado su hogar para ir en busca de un futuro mejor para él y su familia, para conseguir el tan anhelado sueño americano. Camino durante días; solo, después de que un pollero desalmado lo abandonó a las faldas del desierto, lo despojó del poco dinero que tenía consigo y lo arrojó sin piedad al abismo de arena.
Juan, con el cansancio abrumándolo hasta los huesos y el recuerdo de su familia en el horizonte, luchó con la fuerza de un coyote, con la terquedad de un lagarto. Sus pasos cada vez eran más difíciles, y las inclemencias del tiempo obstaculizaban su avance. Sus sueños cada vez pesaban más, pero no podía rendirse, se lo debía a su familia, y justamente ellos eran en lo único que el podía pensar y lo único que aun lo mantenía con vida.
Aquel día, cuando el sol estaba en su punto más alto, cuando las alimañas ponzoñosas salían de sus agujeros a buscar el banquete de la cena, Juan no podía más, el dolor, el hambre, la sed, la tristeza, lo golpeaban como látigos sin misericordia. Y el final del camino arenoso no se vislumbraba, la desesperación lo abatía intempestivamente, Juan se había resignado a morir, sus lagrimas no podían emerger de sus ojos, el también estaba seco como el desierto en el que se encontraba. El sol seguía su curso y el cielo comenzaba a vestirse de rojo nostálgico; cuando después de cruzar un arroyuelo sin entrañas, sin líquido vital que le otorgara vida, Juan se desplomo con todas sus esperanzas encima, pesaban tanto, ya no podía con ellas, no podía seguir luchando, no podía seguir aferrandose a un sueño inalcanzable, realmente estaba tan cansado. Después de caer al piso casi muerto, y al entreabrir sus ojos de lagarto observo muy a lo lejos dos sombras disfrazadas. Una era pequeña, como de un niño y se parecía tanto a su pequeño Juanito, al que tuvo que abandonar para darle una mejor vida; la otra, era tan femenina, delgada, y su cabello se podía percibir a pesar de su color de sombra, era tan igual a su esposa, aquella mujer que lo apoyo siempre en las buenas y en las malas, a la que tuvo que abandonar para darle una mejor vida.
Sus ojos de lagarto apabullado se cerraron para siempre, y con la caída del sol sobre la tierra amarillenta, cayo también la muerte sobre él. Ahora su nombre era uno más en la lista de las victimas del sueño americano, un caído más sobre las hambrientas arenas del desierto. Un soñador más aplastado por la nostalgia de sus sueños. Un hombre que sólo buscaba una vida mejor para su familia. Como tantos de nosotros.
Por Francisco Galván (Iko).

1 comentarios:

Liza Di Georgina dijo...

No cabe duda que la evolución de Iko es sorprendente, de una poesía profunda y conmovedora ha pasado a una narrativa que conserva su sello y al mismo tiempo entrega historias bellas y de trascendencia. Felicidades iko!!! Muy bueno.